—Hubo mucha polémica alrededor de la muerte de Allende —me cuenta Chiri—. La izquierda sostuvo durante años que lo habían asesinado.
—Pero hubo testigos del suicidio, ¿no?
—Sí, y además hace poco exhumaron el cadáver y no quedó ninguna duda.
—¿Tiene algún parentesco la escritora Isabel Allende con el presidente chileno?
—Por supuesto: el papá de Isabel era primo hermano de Salvador.
—¿Por qué sabés esos chusmeríos? —me sorprendo—. Y lo peor es que los sabés en serio, no tuviste tiempo de ir a la Wikipedia.
—Chile es un país vecino —me dice—, y me gusta chusmear a los vecinos, como todo el mundo.
—A mí no me gustan los chilenos —le digo.
—Es un trauma que tenés desde el día que el chileno ese nos robó en Bariloche, cuando estábamos de mochileros.
—Pero te cagó mucho más a trompadas a vos que a mí. ¿Por qué el trauma lo tengo yo? —le digo.
—Porque vos eras más chico que yo, tenías dieciséis. Yo ya tenía diecisiete.
—¿Ya habíamos hablado de eso en las sobremesas, no? —le pregunto—. ¿De la vez que nos robó ese chileno?
—No me acuerdo —me dice Chiri—. Habría que revisar. Esa es una de las razones por la que vamos a dejar de hacer la revista, para que no empecemos a repetir anécdotas, como los viejos. ¿De qué hablabamos?
—De Isabel Allende —le digo—. ¿Por qué la critican tanto? Me acuerdo que Bolaño dijo una vez que decirle escritora era darle mucha cancha. Y la llamó «escribidora». A mí me gustó «La casa de los espíritus».
—¿Leíste esa novela?
—No, vi la peli —le digo.
—¿Por qué viste esa película?
—Todos vimos esa película, Christian Gustavo. No te hagás el macho intelectual.
—Es cierto, la vi —confiesa—. La alquilé por el título… Pensé que era una película de terror. Hace poco leí un texto que escribió Gabriela Wiener en una Etiqueta Negra que se llama «Isabel Allende seguirá escribiendo desde el más allá». Se encontraron las dos en México y Gabriela arma un perfil buenísimo.
—¿Le preguntó qué piensa sobre los escritores que la critican?
—Claro, le pregunta sobre lo que dijeron de ella Elena Poniatowska y Bolaño.
—¿Y qué responde la señora?
—Que sobrelleva la mala crítica como sobrelleva el éxito. «Me doy cuenta de que, curiosamente, Elena Poniatowska no opina sobre otros escritores. ¿Por qué opina sobre mí? Porque vendo libros», le dice a Gabriela, muy seria, mientras desayunan en un hotel. Y le dice también que Bolaño nunca habló bien de nadie. Que era un muy buen escritor pero una persona odiosa.
—Gonzalo Garcés lo conoció bastante a Bolaño y no me contó lo mismo. Para él era una persona entrañable —le digo.
—Estas rencillas pelotudas entre escritores me chupan un huevo. Por suerte, como dice Gabriela en ese hermoso perfil de Etiqueta, los libros no son para la gente lo que los críticos literarios dicen que son.
—Perdón, pero me quedé con una duda: ¿vos sabés quién es Elena Poniatowska?
—¡Por supuesto! —me dice—. Es una escritora, activista y periodista mexicana cuya obra literaria ha sido distinguida con numerosos premios.
—¿Estas leyendo la Wikipedia?
—Obvio. ¿Está mal que sepa quién es Isabel Allende pero no tenga idea de esta otra mujer, de la que ya me olvidé el apellido?
—¡Poniatowska, boludo! ¿No te enteraste lo que hizo esta señora el año pasado? Fue justo cuando estaba María Kodama en la Feria del Libro de México, que te mandé la foto donde miraba el reportaje que le hicimos en Orsai.
—No, no me enteré. ¿Qué hizo Poniatwska?
—Se mandó un moco muy gigantesco. Escribió un libro sobre la obra de Borges, que se llama Borges y México. Y puso partes del poema «Instantes» como si fuera de Jorge Luis. ¿Te acordás de ese poema apócrifo que dice las palabras helado, helicóptero, calesita…
—¡Claro que me acuerdo de ese poema! —me dice Chiri—. Es el poema con el que se tropieza el que nunca leyó a Borges en su puta vida. ¿Eso hizo esta mujer? ¡Me muero!
—Sí, Christian Gustavo. Te lo juro. Hubo que frenar la tirada del libro. Un papelón. La que se dio cuenta fue María Kodama, que casi le salen canas verdes.
—Desde hoy Poniatowska es mi ídola —me dice Chiri—. Mi escritora preferida del mundo.
—Sí. Habría que pedirle algo para la Orsai diecisiete.
—No va a haber Orsai diecisiete.
—Por eso.